Desde que Sofía era muy pequeña, su mamá notó que había algo especial en ella. Tenía un talento único para el dibujo y la expresión artística, sin embargo le costaba relacionarse con el mundo: no jugaba con otros niños, a veces lloraba en exceso cuando la pasaban a llevar, y en más de una ocasión pasaba por períodos de mutismo, en los que no hablaba con nadie.
Juntas comenzaron un camino largo de visitas a especialistas y consultas intentando descifrar qué era lo que ocurría. Un día, llegaron donde una profesional que luego de evaluarla, les entregó un difícil diagnóstico: “Su hija tiene discapacidad intelectual. No hay nada que hacer, ella nunca va a aprender más allá que un niño de tercero básico”.
Sofía, hoy de 22 años, está sentada en una banca en la Plaza Miraflores de Viña del Mar. Atrás de ella se puede ver el Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso, su actual casa de estudios, a la que ingresó luego de obtener un excelente puntaje en la Prueba de Acceso a la Educación Superior. La joven, sostiene en una mano a Canelita, su perrita, inspiración y mejor amiga. Y en la otra, una bolsa de papel que contiene cojines diseñados y pintados a mano por ella misma, los que vende en su emprendimiento “Little Sophie Design”.
“You may say I’m a dreamer, but I’m not the only one”
“Mi mamá no quiso aceptar ese primer diagnóstico. Me siguió llevando a distintos doctores hasta que llegamos a un neurólogo. Él le dijo que yo no tenía problemas intelectuales, sino que tenía Asperger, que hoy se considera parte del espectro TEA”, recuerda la joven. Al principio fue al colegio con normalidad, pero sus compañeros empezaron a molestarla. “Sufrí bullying dos veces. En la básica y después en la enseñanza media. Así que terminé saliéndome y rindiendo exámenes libres. Me dio una depresión, estuve muy mal”, cuenta Sofía.
Debido a esas malas experiencias, al salir de cuarto medio, no pensó en estudiar ni en conseguir un trabajo, sino más bien quería quedarse en casa, en su lugar seguro. “Me costaba hasta salir a comprar pan”, dice. Sin embargo, llegó la pandemia y las cosas se pusieron complicadas. “Mi mamá trabajaba en una peluquería pero quedó sin trabajo por el Covid. Yo no sabía cómo ayudarla, no podía buscar trabajo porque con las habilidades sociales soy pésima, no sabía qué hacer”, dice la joven emprendedora.
Un día, llegó la respuesta casi por casualidad, de la mano de Los Beatles. “Era el cumpleaños de mi mamá y como ella era fanática, dibujé a John Lennon en una tela y lo rellené para regalárselo. Le gustó tanto, que me pidió que hiciera otro para dárselo a una amiga. Luego, su amiga me dijo que podía vender estas creaciones y ahí se me prendió la ampolleta”, cuenta Sofía.
Fue así que nació su emprendimiento Little Sophie Design. Peluches, cojines, cuadros, llaveros, pañuelos y scrunchies eran parte de las cosas que la joven empezó a hacer basándose en su talento para el arte y en su dedicación. “Yo no sabía nada sobre cómo manejar un negocio, pero quería aprender. En Youtube encontré un orador muy antiguo que se llama Brian Tracy que hace seminarios de emprendimiento y del pensamiento empresarial. El más conocido es un curso llamado Fénix, que es un video de 10 horas. Lo vi tres veces”, recuerda.
De a poco Sofía fue ganando confianza. “Mi mamá me motivaba para que yo misma hiciera las entregas. Tuve que empezar a hablar con la gente y al ver que les gustaba lo que yo hacía empecé a creer en mí y en mi talento”, dice la emprendedora. A fines de 2020, el éxito de su negocio fue la motivación para dar la Prueba de Acceso a la Educación Superior y entrar a estudiar Artes, que siempre había sido su pasión. “Cuando llegaron los resultados de la prueba y vimos que me había ido tan bien y que podría estudiar con gratuidad no lo podíamos creer, mi mamá se puso a llorar”, señala Sofía.
Hoy la joven sigue estudiando y dedicándose a su negocio. A principios de 2022 recibió el apoyo de Impulso Inicial de Fundación Luksic con una estampadora, para poder crear nuevos productos y seguir creciendo. “A futuro me gustaría contar con un taller para darle trabajo a personas como yo que tienen TEA o que, por ejemplo, tienen Síndrome de Down. Muchas veces la gente los hace creer que no sirven para nada. Me gustaría ayudarles a esas personas a demostrar que sí sirven, que sí pueden aprender y que sí pueden lograr grandes cosas”.