Desde chico Tomás Pino (47) soñaba con ser un músico famoso. Como sus padres no podían comprarle los instrumentos que necesitaba, Tomás decidió aprender a hacerlos él mismo, investigando en libros de la biblioteca y en talleres de música y guitarra. Al principio, sólo arreglaba y fabricaba instrumentos para él y sus amigos, jamás imaginó que a futuro se convertiría en un negocio.
Tras salir del colegio, entró a estudiar Química Farmaceútica en la universidad, sin embargo no pudo terminar la carrera y comenzó a trabajar en el retail. Ante la necesidad de generar más recursos para mantener a su familia, encontró en su experiencia arreglando instrumentos la oportunidad que necesitaba. Fue así como decidió convertirse en luthier, personas que fabrican y reparan instrumentos musicales de cuerda. Esta apuesta le dio buenos resultados rápidamente y se transformó en su oficio.
“Durante los últimos 16 años he tenido el taller en mi casa y he difundido mi trabajo por redes sociales. Sin embargo, hace cuatro años conseguí también instalarme con un local en el Edificio Caracol, en el centro de Concepción y me ha ido muy bien. Mantuve mi taller y sumé un lugar más céntrico para mis clientes. Me apoya un hijo y un sobrino que trabajan conmigo”, relata Tomás.
Tras el estallido social y la pandemia, explica Tomás, las personas empezaron a estar más tiempo en sus casas, así que “desempolvaron” antiguos instrumentos que tenían guardados y mandaron a hacer restauraciones y calibraciones al negocio de Tomás, llamado “Maestro Luthier Concepción”.
“Me siguió yendo bien, pero sólo trabajaba en el taller de mi casa porque tuve 40 días cerrado mi negocio. Durante esos días me llegó el apoyo de herramientas e insumos desde la Fundación Impulso Inicial, el que me sirve mucho porque también vendo repuestos. Finalmente, logré abrir mi local el lunes 19 de octubre”, cuenta con alegría el luthier penquista.
Tomás tiene como clientes a aprendices y expertos de la música, a familias con tradición que conservan instrumentos por un valor sentimental de generación en generación y a establecimientos educacionales que deben mantener en buen estado los instrumentos para los talleres que dictan.
Este emprendedor logró dedicarse a su pasión y quiere seguir así: “Me veo viejo, con barba blanca, trabajando en esto. Me encantan los instrumentos cuando llegan llenos de tierra y con olor a madera vieja. Me proyecto en lo que hago porque me gusta y porque económicamente se ve bien. Es un trabajo que me da la libertad de controlar mis tiempos. Además, sé que si me esfuerzo, mi trabajo se ve reflejado en la mesa”.