El negocio que comenzó con una semilla y que ya da frutos

Algunas de hojas verdes, otras moradas, crespas, redondas, grandes y pequeñas. En el invernadero de almácigos de Viviana Avendaño (24) se pueden observar cientos de lechugas en distintas etapas de crecimiento. Algunas son hoy solo una semilla en la tierra...

Algunas de hojas verdes, otras moradas, crespas, redondas, grandes y pequeñas. En el invernadero de almácigos de Viviana Avendaño (24) se pueden observar cientos de lechugas en distintas etapas de crecimiento. Algunas son hoy solo una semilla en la tierra, pero en pocas semanas estarán fuertes y formadas, como las que a pocos metros ya están listas para ser vendidas a sus clientes agricultores de San Pedro de la Paz, en la Región del Biobío. 

«Empecé hace tres años plantando unos pocos almácigos para nuestro huerto personal. Mi pareja es agricultor y cuando sus amigos que trabajan con él vieron la calidad de las lechugas que crecían en mi huerto, empezaron también a encargarme plantas», cuenta Viviana. Al principio, relata, comenzó plantando semillas de tres clases de lechuga: la larga, la sierra y la quenti. Hoy ya se ha expandido y en su invernadero tiene seis tipos distintos de estas hortalizas. 

Su ritmo de trabajo requiere estar atenta a los ciclos y etapas de cada lechuga. «Voy formando los almácigos de manera semanal. Entonces mientras van creciendo unas, voy plantando las otras y entregando las que ya están listas. El proceso parte en comprar y moler la tierra, luego se le agregan unas piedrecitas para que no quede apretada y circule bien el agua. Después tengo unas bandejas que traen 200 espacios, los lleno con tierra, les hago los hoyitos y voy echando semilla por semilla», explica la emprendedora. 

Además de regarlas todos los días, las lechugas también requieren otros cuidados. Por ejemplo, cuando ya tienen 15 días se les agrega un líquido que fortalece la raíz para que se mantengan en buenas condiciones  una vez que la trasplanten a la tierra. 

Viviana asegura que desde que decidió dedicarse a este negocio, su calidad de vida ha cambiado significativamente. «Me gusta tener mi propio emprendimiento porque me da más libertad. Antes trabajaba como agricultora junto a mi pareja. Acá yo soy mi propia jefa y puedo establecer mis horarios, es un trabajo mucho más grato», comenta. 

Con el tiempo ha logrado ir sumando y fidelizando clientes y agricultores de la zona que compran sus almácigos. «Una de las cosas positivas es que la pandemia no afectó el negocio en gran medida. La gente todos los días come verduras, y entre esas verduras, come lechuga. Entonces no disminuyeron las ventas, mi negocio ha ido creciendo». 

Con el objetivo de seguir consolidando su emprendimiento y mejorar su invernadero, en diciembre de 2020 postuló al programa Impulso Inicial de la Fundación Luksic para poder comprar materiales de construcción, nylon y rafia. «Cuando recién empecé me construí uno bien chiquitito, comprando el nylon más económico, no el que hay que usar para esto. Entonces cada vez que venía un viento fuerte, se me hacía tira y el nylon salía volando. Una vecina me contó de Impulso Inicial, postulé y con el aporte compré los materiales para mejorarlo y poder trabajar bien», asegura.  

El sueño de esta joven emprendedora es seguir potenciando su invernadero: «Me gustaría a futuro agrandar mi negocio, poder captar más clientes y producir en mayor escala. También quisiera poder contratar a alguien para que trabaje conmigo. Este emprendimiento me ha convencido que nada nos impide hacer las cosas. Solo hay que tener ganas de salir adelante. Al principio todo cuesta, pero con el tiempo uno ve los frutos de su trabajo».